

Por Esmirna Gómez.-
En cada celebración eucarística hay un gesto que pasa desapercibido para muchos, pero que encierra una de las verdades más profundas del misterio cristiano. Justo antes de la Comunión, el sacerdote parte la hostia y deja caer un pequeño fragmento dentro del cáliz que contiene la Sangre de Cristo . Este momento, conocido como la conmixtión, tiene un simbolismo poderoso y glorioso.
A simple vista parece un acto menor, casi rutinario. Sin embargo, lo que ahí se representa es el momento culminante de la historia de la humanidad: la resurrección de Jesucristo. En la cruz, el cuerpo y la sangre del Señor fueron separados —símbolo de su muerte—, pero al unir el pan con el vino en ese instante de la misa, la Iglesia proclama solemnemente: Cristo ha resucitado . Su cuerpo y sangre vuelven a unirse porque Él está vivo .
San Pablo enseñaba que la Eucaristía es comunión con el Cuerpo de Cristo. La fracción del pan, además de significar el sacrificio, nos recuerda que todos somos parte de un mismo cuerpo en Él.
En los primeros siglos del cristianismo, el Papa enviaba pedazos del mismo pan consagrado a otras comunidades como señal visible de unidad. Hoy, aunque ya no se reparta físicamente, el sentido permanece: una sola fe, un solo Señor, un solo Espíritu.
La próxima vez que participes de la Misa, abre los ojos del alma y contempla lo invisible: ese pequeño gesto proclama con fuerza que Cristo Rey vive y reina en cada Eucaristía.