

Por: Esmirna Gómez
Santo Domingo Este.-El alba trae consigo un silencio que habla de Dios. En ese instante, cuando la noche cede al nuevo día, resplandece una tradición que une cielo y tierra: el Rosario de la Aurora.
Cada primer sábado del mes, nuestras comunidades pastorales despiertan con el corazón encendido para ofrecer a la Virgen María la oración del Santo Rosario. Esta práctica, que comenzó en España en el siglo XVII y viajó hasta nuestras tierras de América, hoy florece con fuerza en nuestras parroquias, creciendo como una semilla que el Espíritu Santo fecunda en los corazones.
El encuentro inicia con la exposición del Santísimo Sacramento, fuente y culmen de nuestra fe. Luego, con la sencillez de María y la devoción del pueblo, se desgranan las cuentas del Rosario. Cada mes, una advocación de la Madre de Dios ilumina nuestras súplicas, y en cada misterio, la Palabra de Dios se convierte en reflexión y esperanza.
Cuando la última oración se eleva al cielo, el pueblo se sienta a la mesa del Señor en la Santa Eucaristía, donde Cristo mismo alimenta a su pueblo.
El Rosario de la Aurora no es solo una tradición: es un amanecer del alma. Es la certeza de que, aun en medio de la oscuridad, la luz de Cristo y el manto de María siempre nos conducen hacia la esperanza.